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impacto
ambiental 

La expansión de la frontera petrolera, la megaminería, la contaminación de las aguas, la devastación de la vida acuática, la construcción de mega represas, los monocultivos transgénicos, el abuso de pesticidas y el avance de la ganadería intensiva llevan al exterminio sistemático del ambiente, aceleran el colapso climático y representan un peligro inminente para la habitabilidad de la vida en la tierra.

El 90 % de los desmontes se realizan a causa de la ganadería y la agricultura, que necesitan más y más tierra para criar y alimentar a más y más animales para nuestro consumo.

Se estima que desde 1990, se arrasaron 420 millones de hectáreas de bosque en todo el mundo, lo que equivale a la superficie de Argentina, Chile, Paraguay y Ecuador juntos. 

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Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), Argentina es uno de los diez países con mayor tasa de deforestación a nivel global: 

perdemos aproximadamente 300.000 hectáreas
al año.

Con los desmontes se destruye la biodiversidad y se contamina el agua, esto promueve y acelera el calentamiento global.

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Además, somos líderes en el uso de pesticidas en nuestros cultivos: en Argentina se utilizan 580 millones de litros de plaguicidas al año que se aplican sobre los territorios y poblaciones, lo que equivale a 13 litros de veneno por persona por año.

Esta práctica ha causado y sigue causando gravísimos problemas en la salud de las poblaciones, sobre todo de quienes viven en las zonas cercanas a los cultivos.

Paralelamente,
el sector agrícola mundial es responsable del 24 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI). De ese porcentaje, el 14,5 % es atribuible a la ganadería, que iguala las emisiones de todos los medios de transporte del mundo.

El gas metano (CH4), generado principalmente por los eructos, excrementos y gases de las vacas, es un GEI mucho más potente y perjudicial para la atmósfera que el dióxido de carbono (CO2). Un kilogramo de metano tiene un impacto en el calentamiento global equivalente a 25 kilogramos de CO2.

Las emisiones de metano de las vacas son tan significativas que, si se consideraran como las emisiones de un país, este ocuparía el tercer lugar en la lista de mayores emisores de GEI del mundo.


El desmonte, los incendios forestales y el calentamiento global están directamente relacionados con la industria de explotación animal.

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Fotografía: Milos Bicanski / We Animals Media

A nivel mundial, el 80 % de la superficie agrícola se emplea para producir pastos para los animales de la industria y granos como el trigo, la avena, la soja y el sorgo que se utilizan para su alimentación.

Pero solo el 38 % de las proteínas que consumen los humanos a nivel mundial provienen de la carne animal y los lácteos.


Es decir, que la mayor parte de la superficie agrícola se destina a alimentar a los animales de la industria, que representan solo una parte de la proteína que consumimos.

Esta desproporción resulta llamativa cuando la hambruna sigue siendo una preocupación global urgente.


En 2022, aproximadamente 735 millones de personas se encontraban en estado de hambre crónica y 2.400 millones padecieron inseguridad alimentaria de moderada a grave.

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Fotografía: Ram Daya / We Animals Media

¿Qué pasaría si destináramos ese 80% de superficie terrestre a un sistema de agricultura sustentable capaz de alimentar a todos?

El sistema actual de producción industrial es uno de los responsables de las desigualdades que padecemos a nivel mundial: tenemos 700 millones de personas que viven en una situación de pobreza extrema, pero a la vez se desechan 931 millones de toneladas de alimentos cada año.

Argentina
sigue apostando al avance del agronegocio y tiene la ilusión de que la inversión de capitales extranjeros en fracking, petróleo y megaminería nos saque de la pobreza.

Sin embargo, la historia de nuestro país demuestra que los niveles de pobreza han aumentado enormemente desde que se comenzaron a implementar las políticas extractivistas y que estas generan mayor desigualdad, beneficios económicos para pocos, más crueldad y tortura animal, la destrucción de comunidades y la devastación del territorio colectivo.  

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Los objetivos que persigue la industria no priorizan la soberanía alimentaria ni el cuidado del planeta y sus habitantes, sino la maximización de las ganancias de unos pocos explotando y destruyendo la naturaleza que somos y de la que formamos parte.

Ya estamos experimentando las consecuencias de esta desconexión con la Tierra.

Que las sequías, las inundaciones, las plagas, las pandemias y las hambrunas cada vez más extremas, cada vez más recurrentes, al menos sirvan para cobrar conciencia: si la tierra está enferma, nosotros también.

¿Qué pasaría si frenáramos el avance de la frontera agropecuaria, dejáramos de abusar de los pesticidas, de malgastar el agua, respetáramos y cuidáramos la biodiversidad y nos dedicáramos a restaurar la relación que tenemos con los animales y con el mundo? 

La tierra no da más.
Hacer las cosas de otra
manera es posible.

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